Donación Raquel M. Cáceres.
La cuestión del hombre sobre sí mismo se puede soslayar de múltiples maneras. Problemas acuciantes, planificaciones, estadísticas y tradiciones deforman la perspectiva del hombre actual. Pero, de improviso, en medio del consumo masificado de objetos y medicamentos, de utopías y psicoanálisis, se ha despertado un hambre elemental de una antropología que se había descuidado: ¿Quién es el hombre? ¿Dónde se le puede conocer en medio de la proliferación de planes prudentes y pasiones desenfrenadas, a lo largo del ardor juvenil que da paso a la vejez, en el placer de atacar y el dolor de la opresión? ¿Qué sabe el hombre de su condición de criatura, de su tiempo y de su puesto en el mundo? ¿Qué de la muerte, de la vivencia de la soledad y la rebeldía, del papel del varón y de la mujer? El hombre necesita encontrarse con otro que examine y aclare sus preguntas. Pero dónde esta ese otro a quien el hombre pueda preguntarle: ¿Quién soy yo? Los testimonios bíblicos contenidos en el antiguo testamento hablan de un Dios que no prescinde del hombre; Dios no es el donde el hombre no aparece, quedando abandonado a sí mismo. Yahvé prueba su divinidad precisamente en su unión con el hombre de palabra y de obra. I. El ser del hombre p. 19 -- II. El tiempo del hombre p. 115 -- III. El mundo del hombre p. 213.