Donación Raquel M. Cáceres.
El Nuevo Testamento confiesa que el único "justo doliente", el único y exclusivo "profeta doliente" escatológico, Jesucristo, ha salvado al mundo entero. Ni la visión opuesta al sufrimiento ni el mensaje, aunque sea el de Jesús, proporcionan por sí mismos la salvación. Ambos fueron, de hecho, rechazados. Tampoco la pasión como tal otorga la salvación. Solo el testigo doliente, el crucificado, el hombre que se compromete hasta el extremo por la justicia y el amor, y que por ello sufre a manos de otros y en favor de ellos, por causa de un Dios volcado hacia la humanidad: solo él trae la salvación. El hombre cae al fin de rodillas ante un hombre que entrega su propia vida y se muestra solidario con la identificación misericordiosa de Dios con los hombres vulnerables y, a la vez, malvados e insondables. Se postra ante él: "¡Señor mío y Dios mío!" (Jn 20,28).