Donación Raquel M. Cáceres.
La profecía no es anticipadora más que de una forma muy accesoria ni está necesariamente ligada al porvenir; tiene su valor propio, instantáneo. Su decir no es un predecir; se da inmediatamente en el instante de la palabra. La visión y la palabra proféticas son ciertamente un descubrimiento; pero lo que manifiestan no es el porvenir, sino lo absoluto. La profecía responde a la nostalgia de un conocimiento; pero no del conocimiento del mañana, sino del conocimiento del hoy. La profecía es, por tanto, una categoría de la revelación. Pero no puede contentarse con una revelación que permanezca íntima y oculta. No puede limitarse a descubrir la voz divina, o su silencio, en la naturaleza exterior y en sus espectáculos, ni siquiera en la naturaleza interior y en sus emociones; no es contemplación ni plegaria. Superando el marco de una comunión personal, la experiencia profética atraviesa al hombre para darse a los demás. La revelación profética no se limita a la recepción, ni a la aceptación, ni a la interpretación; exige la transmisión. El profeta participa de lo trascendente, no solo para comulgar con él en la intimidad, sino para compartir a su lado, de una manera combativa, organizativa, instrumental, el esfuerzo por afrontar lo que está fuera de su orden, lo no-trascendente, en una postura de conquista ante el tiempo, en una historia. Profetismos no bíblicos. Marcos hebreos de la profecía. Profecía vivida.